The Church asks us to consider the way we treat the world around us. We have a responsibility to care for the world that has been entrusted to us. This is not just a slogan from people on Earth Day—we have a responsibility to care for Gods Creation--stewardship of creation.
Pope Francis reminds us that we must be concerned for future generations. In Laudato Si, nos. 49, 91 he writes:
A true ecological approach always becomes a social approach; it must integrate questions of justice in debates on the environment, so as to hear both the cry of the earth and the cry of the poor. . . . Everything is connected. Concern for the environment thus needs to be joined to a sincere love for our fellow human beings and an unwavering commitment to resolving the problems of society.
He further challenges us to consider the damage we might be causing due to greed :Laudato Si no. 159:
The notion of the common good also extends to future generations. The global economic crises have made painfully obvious the detrimental effects of disregarding our common destiny, which cannot exclude those who come after us. We can no longer speak of sustainable development apart from intergenerational solidarity. Once we start to think about the kind of world we are leaving to future generations, we look at things differently; we realize that the world is a gift which we have freely received and must share with others. Since the world has been given to us, we can no longer view reality in a purely utilitarian way, in which efficiency and productivity are entirely geared to our individual benefit. Intergenerational solidarity is not optional, but rather a basic question of justice, since the world we have received also belongs to those who will follow us.
There exists a temptation to imagine that the dominion over the earth granted by God is somehow absolute. We must remember that all rights must be exercised properly and with an eye toward the common good. John Paul II writes in Sollicitudo rei Socialis no. 34:
The dominion granted to man by the Creator is not an absolute power, nor can one speak of a freedom to "use and misuse," or to dispose of things as one pleases. The limitation imposed from the beginning by the Creator himself and expressed symbolically by the prohibition not to "eat of the fruit of the tree" (cf. Gen 2:16-17) shows clearly enough that, when it comes to the natural world, we are subject not only to biological laws but also to moral ones, which cannot be violated with impunity.
Cuidar de la creación de Dios
La Iglesia nos pide que consideremos la forma en que tratamos al mundo que nos rodea. Tenemos la responsabilidad de cuidar el mundo que se nos ha confiado. Este no es solo un lema de la gente en el Día de la Tierra; tenemos la responsabilidad de cuidar la Creación de Dios: la administración cuidadosa de la creación.
El Papa Francisco nos recuerda que debemos preocuparnos por las generaciones futuras. En Laudato Si, nos. 49, 91 escribe:
Un verdadero enfoque ecológico siempre se convierte en un enfoque social; debe integrar cuestiones de justicia en los debates sobre el medio ambiente, para escuchar tanto el grito de la tierra como el grito de los pobres. . .. Todo está conectado. Por tanto, la preocupación por el medio ambiente debe ir acompañada de un amor sincero por el prójimo y un compromiso inquebrantable con la solución de los problemas de la sociedad.
Además, nos desafía a considerar el daño que podríamos estar causando debido a la codicia: Laudato Si no. 159:
La noción de bien común también se extiende a las generaciones futuras. Las crisis económicas mundiales han puesto de manifiesto dolorosamente los efectos perjudiciales de ignorar nuestro destino común, que no puede excluir a quienes vengan después de nosotros. Ya no podemos hablar de desarrollo sostenible al margen de la solidaridad intergeneracional. Una vez que empezamos a pensar en el tipo de mundo que le dejamos a las generaciones futuras, miramos las cosas de manera diferente; nos damos cuenta de que el mundo es un regalo que hemos recibido gratuitamente y que debemos compartir con los demás. Dado que el mundo nos ha sido dado, ya no podemos ver la realidad de una manera puramente utilitaria, en la que la eficiencia y la productividad están totalmente orientadas a nuestro beneficio individual. La solidaridad intergeneracional no es opcional, sino una cuestión básica de justicia, ya que el mundo que hemos recibido pertenece también a los que nos seguirán.
Existe la tentación de imaginar que el dominio sobre la tierra otorgado por Dios es de alguna manera absoluto. Debemos recordar que todos los derechos deben ejercerse adecuadamente y con miras al bien común. Juan Pablo II escribe en Sollicitudo rei Socialis no. 34:
El dominio otorgado al hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de la libertad de "usar y abusar", o de disponer de las cosas como se quiera. La limitación impuesta desde el principio por el mismo Creador y expresada simbólicamente por la prohibición de "no comer del fruto del árbol" (cf. Gn 2, 16-17) muestra con bastante claridad que, en lo que respecta al mundo natural, estamos sujetos no solo a las leyes biológicas sino también a las morales, que no pueden ser violadas impunemente.